NOCHE EXTREMEÑA
Los muros del patio interior eran vetustos. Resplandecientes de Historia, testigos mudos de voces del pasado, y recorridos por salamanquesas que, todos los días y con puntualidad suiza, fumigan de insectos la decimonónica casa. Noche cerrada, veraniega, tan cálida como misteriosa. Noche de Cañaveral, pueblo natal de mi abuela y al que mis tías y mi madre hacía décadas que no regresaban. Las campanas de la iglesia tocaron las once de la noche, irrumpiendo en nuestro claustro particular de cena y conversación. El inesperado y perturbador silencio, provocado por el repetido tañido, fue disipado por mi tía Mercedes. En aras de continuar con la charla prosiguió con la historia familiar abruptamente pausada por el campanario. — La tía abuela Rosario, sí; hermana de nuestra abuela y tu bisabuela, que estaba liada con un militar republicano. — ¿Militar de carrera? — pregunté yo, interesado. — Sí, se mantuvo fiel a la República después del golpe. Era un hombre progresista,