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NOCHE EXTREMEÑA

    Los muros del patio interior eran vetustos. Resplandecientes de Historia, testigos mudos de voces del pasado, y recorridos por salamanquesas que, todos los días y con puntualidad suiza, fumigan de insectos la decimonónica casa. Noche cerrada, veraniega, tan cálida como misteriosa. Noche de Cañaveral, pueblo natal de mi abuela y al que mis tías y mi madre hacía décadas que no regresaban.     Las campanas de la iglesia tocaron las once de la noche, irrumpiendo en nuestro claustro particular de cena y conversación. El inesperado y perturbador silencio, provocado por el repetido tañido, fue disipado por mi tía Mercedes. En aras de continuar con la charla prosiguió con la historia familiar abruptamente pausada por el campanario.     — La tía abuela Rosario, sí; hermana de nuestra abuela y tu bisabuela, que estaba liada con un militar republicano.     — ¿Militar de carrera?  — pregunté yo, interesado.     — Sí, se mantuvo fiel a la República después del golpe. Era un hombre progresista,

MELANCOLÍA

Costa Mediterránea, 26 de junio de 2022. Escrito mientras escuchaba "If we Could Remember", de Yolanda Adams. Los paseos matutinos, madrugadores, que uno acostumbra a darse por la playa solían ser reconfortantes. Empero, cuando ya vas teniendo más pasado que futuro, esos paseos pueden tornarse un poco más desasosegantes. La melancolía aparece como una descarga eléctrica, asfixiándote desde la boca del estómago, recordándote que lo que añoras no son los lugares o los amaneceres, sino las épocas.    Esto es lo que me ha ocurrido hoy. Los edificios de la ciudad, el olor a agua salada, arena y algas; las primeras voces de la mañana confundiéndose con los ladridos en la lejanía. No sabría decir si la sensación que ha recorrido mi alma ha sido agradable o dañinamente nostálgica. Ese tipo de emociones son fundamentalmente neutras; una mezcla de añoranza y certeza, como un recordatorio de la mayoría de cosas que has vivido se han perdido en el océano del tiempo. Para bien y para mal.

ESPECTROS DE TETUÁN

Basado en un hecho real La calima de un caluroso verano cubría el horizonte de Madrid. Aquel inicio de vacaciones prometía ser jugoso, dadas las escasas responsabilidades de mi vida juvenil. No me había ido mal en el cuatrimestre de junio, tenía dinero ahorrado y mis padres estaban en la playa, junto con mi hermana. Tenía la casa para mí solo. El sueño de cualquier universitario. Tocaban unos días de relajación, diversión y disfrute total de mi momentánea independencia.  Mi casa. Más de cien años contemplaban aquellas paredes de nuestro hogar. Situada en un norteño barrio de Madrid, se trataba de una casa unifamiliar dotada con un generoso patio, al que se accedía por un pasillo estrecho y oscuro que daba a la calle. Dentro de la finca, además de la nuestra, había una segunda vivienda; una vivienda ya deshabitada por el fallecimiento, años atrás, de mis ancianos vecinos.  Aquello era una fortificación urbana. Puerta de hierro en el exterior de la finca, barrotes en todas las ventanas d

OTOÑO ROJO

Madrid, principios de noviembre de 1936. Enseñó su placa al llegar al número 12 de la calle Trafalgar, situada en el madrileño barrio de Chamberí. El miliciano de guardia la observó con una mezcla de desdén y extrañeza, como si el mero hecho de que un policía de la Brigada Criminal apareciera por allí fuera una circunstancia inusual. Y así era, por desgracia. Desde el inicio de la guerra, las deserciones, las depuraciones políticas y las huidas a las embajadas habían sido una constante entre los funcionarios del Cuerpo de Investigación y Vigilancia, del que dependía directamente la Brigada Criminal. Sobre el papel, el cuerpo policial que había antes de la sublevación militar seguía existiendo; en la práctica, eran los milicianos de los diferentes sindicatos y partidos políticos los que asumían aquellas funciones que, apenas meses atrás, correspondían a tipos como él.    El inspector de segunda Martín Espejo era, ante todo, un profesional. Sin adscripción política conocida, ateo co

LA FINCA

Una noche de enero en un castizo barrio de Madrid. Aquella noche invernal y lluviosa empezó como cualquier otra. Más allá del típico sospechoso de trapichear cerca de la boca del metro, que estaba ya a punto de cerrar, y algún conato de pelea —como todo viernes noche—, no habían atendido ningún aviso más. Por esa razón, llevaban un par de horas dando vueltas en el coche patrulla.    Apenas conocía a su compañero. Acababan de trasladarla allí, a la comisaria de aquel barrio, después de pasarse cinco años trabajando en la Brigada Central de Información. López parecía un tipo majo. Más o menos de su edad, año arriba, año abajo; poseía un carácter serio, buena planta y físico cuidado. Demasiado callado, quizá, aunque por lo poco que había extraído de su parca conversación debía de tener una vida estable y equilibrada.    —¿Cómo es que te han trasladado aquí?   Ella no se sorprendió por la pregunta en sí. En realidad, se sorprendió porque se trataba de la primera vez que su compañe

LA LEGIÓN DE LA MUERTE

Quizás en esa nueva madrugada queden esquirlas de la noche. Quizá lo que fue, lo sea siempre, y en ese mundo ignoto podré volver a verte. S ergio Ituero, Cornadas. Las horas de trabajo comenzaban a causar mella en su espíritu. Se miró al espejo tras lavarse la cara un par de veces y maldijo en voz baja. Su rostro había perdido el brillo. Resultaba más que evidente que aquella historia la había absorbido. Quizá demasiado.   Regresó a su escritorio y se sentó delante de su portátil. Después de seis meses trabajando en aquel páramo perdido de la antigua Germania ya casi había terminado su informe final. Cuando aterrizó allí, tras una infernal lucha con los patrocinadores de la excavación y con el departamento de arqueología del que todavía era profesora adjunta, supo de inmediato que aquel yacimiento no tenía nada de extraordinario. Un campo de batalla, espadas, lanzas, algún casco de legionario y huesos más o menos conservados. Hasta ahí todo normal. No era neces

L.I.F. LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD

En memoria de todos los españoles represaliados por sus ideas, creencias y opiniones. Las hojas caían, una a una, sobre el sendero que conducía a la parte antigua del cementerio. Hojas de tonalidad marrón, que se oscurecían con la humedad provocada por la suave llovizna que completaba, de una forma cuasi artística, aquella estampa otoñal.   Acostumbraba a visitarlo con frecuencia. No por ningún tipo de patología asociada a la necrofilia, ni mucho menos, sino por esa pasión que le poseía cada vez que transitaba por esos recovecos cargados de historias personales. Y de Historia, con mayúsculas.   Aquella tumba siempre le había fascinado. Se encontraba allí, impertérrita al paso del tiempo, como un manuscrito de piedra en medio de un océano de nombres, de fechas y de fotografías decimonónicas. Ajena, también, al hecho irrefutable de su abandono. Un par de ramilletes de flores secas encima del mármol, ajadas y consumidas por la intemperie, daban fe de ello. No pudo hacerse una id