NOCHE EXTREMEÑA

  

Los muros del patio interior eran vetustos. Resplandecientes de Historia, testigos mudos de voces del pasado, y recorridos por salamanquesas que, todos los días y con puntualidad suiza, fumigan de insectos la decimonónica casa. Noche cerrada, veraniega, tan cálida como misteriosa. Noche de Cañaveral, pueblo natal de mi abuela y al que mis tías y mi madre hacía décadas que no regresaban.  
  Las campanas de la iglesia tocaron las once de la noche, irrumpiendo en nuestro claustro particular de cena y conversación. El inesperado y perturbador silencio, provocado por el repetido tañido, fue disipado por mi tía Mercedes. En aras de continuar con la charla prosiguió con la historia familiar abruptamente pausada por el campanario.  
  —La tía abuela Rosario, sí; hermana de nuestra abuela y tu bisabuela, que estaba liada con un militar republicano.  
  —¿Militar de carrera? pregunté yo, interesado.  
  —Sí, se mantuvo fiel a la República después del golpe. Era un hombre progresista, con una esposa muy de derechas. Contaban en la familia que tenía serios problemas con la mujer por eso. Quizá fue lo que desencadenó que nuestra tía abuela Rosario, niñera del matrimonio, acabara teniendo un romance con él.  
  Mi tía Carmen y mi madre se unieron al relato. Allí, sentado delante de ellas, con la boca seca de la inquietud, escuche atentamente una de esas historias que el tiempo va enterrando y que solo escarban la superficie cuando se dan las precisas circunstancias. De hecho, esa fue una de las razones por las que había organizado la escapada familiar a Cañaveral. Estaba convencido de que llevar allí a mi madre y mis tías iba a desencadenar alguna situación como aquella.  
  Voy a resumir, lo más brevemente posible, la manera en la que acaba esta historia. Huelga decir que la tradición oral de las narraciones familiares suele ser inexacta. Empero, siempre, o casi siempre, hay un gran porcentaje de verdad en ellas. 
  Como decía, mis tías y mi madre empezaron a contar la vida de Rosario, hermana de mi bisabuela Matilde. Ambas nacidas en Cañaveral, provincia de Cáceres, en el seno de una familia humilde y perfectamente pobre. En aquella existencia de dureza y escasez, Rosario se encontraba trabajando en la casa que este militar republicano compartía con su esposa; circunstancia que propició el tórrido romance anteriormente citado. He aquí mi sorpresa al conocer los nombres de los dos hijos pequeños de aquel desavenido y roto matrimonio. Libertad y Universo. Inmediatamente comprendí que las probabilidades de que aquel militar fuera miembro de la masonería eran bastantes altas. 
  Mientras duró la guerra, Rosario y el militar mantuvieron en secreto, aunque fuera a voces, aquel romance prohibido. Pero, como casi todas las historias de la guerra, tristes por definición, llegó el momento de la inevitable y cruel separación. El militar tuvo que marcharse al exilio y Rosario se quedó en esa España del yugo y las flechas, del obligado Cara al sol y de los paseos al amanecer. 
Cualquiera podría suponer que aquella historia de amor fue fruto de la necesidad y de la coyuntura, pero nada más lejos de la realidad.  
  Muchos años más tarde, Rosario logró armarse de valor y viajó hasta Francia en busca de su amor perdido. Se reencontraron, pues, en el país vecino, receptor de multitud de exiliados republicanos. No voy a entrar en este relato a analizar el vergonzoso trato que los franceses dieron a muchos de nuestros compatriotas que atravesaron la frontera sirva de ejemplo el campo de Argelès-sur-Mer (sin olvidar otros), pero es cierto que la República Francesa fue el refugio y la salvación de cientos de luchadores incansables por la libertad y la justicia.
Allí, en Francia, y tras largos años sin verse, continuaron con su interrumpido romance. Fruto de aquella renovada relación nació un hijo sano, y medio francés por ius solis, al que llamaron Amor. Libertad, Universo y Amor. De distintas madres; hijos del mismo militar de carrera que se mantuvo fiel al orden constitucional. Libertad, Universo y Amor. Tres nombres impensables en la dictadura franquista. Impensables también quizá mejor improbables— antes de la proclamación de la II República. Hijos de una época, pinceladas onomásticas de ese lustro de experiencia republicana y de su obligado exilio.  
  Una de mis tías llegó a conocer a aquel hijo de Rosario llamado Amor. Resultó que, provisto de estudios superiores y de una excelsa educación, llegó a ser cónsul de la República Francesa en Alicante.  
  Las campanas tocaron el inicio de la madrugada justo después de que las sobrinas-nietas de Rosario, casi cien años después, acabaran de contar su historia. Un perro aulló en la distancia y la luna resplandeció, llenando las paredes del patio de una extraña luz mortecina. El viento silbó, aliviando el intenso calor. Yo me mantuve en silencio durante un tiempo indefinido, el suficiente para pensar en una moraleja. Todo relato, sea como fuere, sea como termine, tiene que tener una.  
  Creo que no existe revancha más poética.  
  Realmente no perdieron. El amor en minúscula, y el Amor en mayúscula, formando un todo, es la prueba más irrefutable de que nunca fueron derrotados.  
                             
                                  Cañaveral, 28/08/2022 

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